La línea es muy delgada entre el hacer lo que se quiere y lo que se debe. Son las 3 de la tarde y la desesperanza que crece sobre mi espalda, cada vez más y más aumenta conforme más cuadernos introduzco a mi mochila, cuanto más camino hacia el trabajo, cuanto menos pienso en el ayer, ya que he perdido con el bienestar del día siguiente toda secularización de mis errores, toda perversión de mi ser precedente; he perdido lo que me hace ser el mismo que conocí: mis tristezas. Tal vez sea algo clásico, algún cliché de esos autómatas, dícese escritores, que no hacen más que hacer calco y copia de los métodos, pasos y hasta la casuística de los que en verdad iniciaron nuevos caminos por los cuales la poesía ha llegado, desde esos diversos caminos, a su propio fin, que es su meta. Iconoclasta, se dice de aquel que rompe ídolos. Cosa curiosa amigo de lo aún no creado, creas otros inconscientemente. Son las 3:30, veo niños andar con sus padres, madejas de señoras corren con ramos de rosas; atavío magistral. Las niñas van y vienen desde sus puertas a los brazos de lo que más aman: la sensación de que en algún día, lo que tanto aman, se vaya, para siempre; gélidos abrazos. Hace demasiado sol como para creer que en realidad tienes frío o quieres protegerte del mismo; te destruyes cada vez que niegas lo que quieres. Pero se siente bien, ¿verdad?
Cuello tieso, tieso andar Andar leve, leve desplazar Desplaza al viento Que contra el no podrás No podrás contra alguien Si a ti mismo En primer lugar No te logras derribar.
Vamos destruyendo la vida que se nos fue dada sin permiso, concienzudamente o mediante el error. Evita lo que te duele, lo que perturba a una de esas partes de tu constitución, tu alma, dicen los estoicos, para que encuentres la tranquilidad. Yo no soy estoico, y vivo más tranquilo sufriendo y riendo, que sentado en mi sofá mirando al vacío, «tranquilo». Dime: ¿Qué haces para sentirte vivo?